domingo, 2 de mayo de 2010

Insumisión

El avión daba demasiadas vueltas para el aterrizaje. Se preguntaba qué ocurría, siempre había aterrizado bien por estos tiempos, el clima era estupendo y la infraestructura a donde llegarían, impresionante. El avión daba demasiadas vueltas y ella se daba demasiadas vueltas, tantas que cayó de bruces en la realidad, bajándose las ventanillas de la avión con su propio llanto, desaforada, desafortunada, despavorida.

Sobrevivió a los golpes de la maciza pista. Le contó un par de mentiras a los oficiales migratorios a pesar de su debacle. Le ligó. Sabía que no debía hacerlo, ni que tenía estrictamente por qué, pero que era necesario.

La dejaron pasar.

En el ascensor del aeropuerto, todo eran risas inconmesurables, euforia incontrolada, alegría alegría y placer. A pocos metros de conseguir la meta, decía, la ruptura del material del que estaba hecho la ventana del avión, y la ruptura instrumental de la verdad para poder seguir viviendo tal y como ella quería vivir la vida, eran insuficientes para causarle el dolor natural que ello produce.

El trayecto, sin embargo, dolía mucho. Pensaba que en esta vida nos bajamos de aviones, de trenes, de buses, para seguir viajando sobre nuestros pies. The plans are not the plans, solo bosquejos de la historia futura inmediata que tú quieres, intentos de futurología cotidiana, paparruchadas subidas de nivel sólo porque están anotadas en un Moleskine. The plans are not the plans, sólo los hijos de la vida misma te lo harán entender. Ya en esta estación de Metro costaba reir. Tras los enormes pasillos del intercambio volvió a morirse un poco. Y decía que se quería matar.

Todo el peso del mundo se concentraba en sus bolsillos vacíos. Ningún peso habían representado las amenazas de muerte propia, siempre amenazas, siempre retórica hueca, pero, enfrentada a la vida y a la muerte, al zombie que nos sacude todos los días para obligarnos a ejercer el puto derecho-deber de ganarse la vida, empezaba a recorrerle la idea de dejar de ser un zombie para siempre. De una segunda muerte. Ahora sí tomaba impulso hacia los rieles de tren. Nadie la dejaba matarse pero nadie le daba esperanzas de vida, más allá de la retórica hueca del "notemates porfavorquetienes toooooda una vida por delante", utilizada porque nadie asume la sangre y porque matarse, el acto más puro de libertad, está mal visto por la mayoría manipulada. Pero ella quería volver a morir. Rematarse. Ya se había muerto en vida, caminaba muerta en vida porque le habían propinado dos golpes en la cabeza: uno por decir verdades, otro por algo que no tenemos todavía documentado y por eso no publicaremos. Rieles, cortes, exceso de pastillitas, artículos de limpieza en la cocina, empezaron a ganar terreno en su mente nublada y en su pobre corazón. Tenían cada vez un mayor sentido. También la necesidad de elegir entre alguno de estos elementos. O su simultaneidad, para "empoderar" las cosas. Está tomando impulso y la desgracia de tener bichos en la mente y las ganas de huir que se incrementan desordenadamente con la angustia lo fomentan. Pero, esta vez, como todas las veces en que se quiere matar, sólo convulsionaba.

Se fue llorando hasta la última estación de metro. Empalmó con el Metro Ligero y se olvidó de todos los honores y éxitos falsos con los que aguantaba la vida (y que encima le enrostraban como si fueran una gran cosa para una vida de expectativas). La lentitud del ML la desesperó. Lentitud-impulso. ¿Pero de qué? ¿Pero para qué?. Explosión de llanto, como una niña, intentar controlarse. Un rumano con perfecto español y perfectamente adaptado al cliché de buena onda, le suplicaba una no autoeliminación ("¡no te mates por favor¡" ante la sola, solo la sola, mención al suicidio). Cuando se deshizo del impertinente, siguió pensando. Era cuestión de segundos, se tiró al suelo, convulsionó de pena, sólo de pena, nada de presión baja ni paparruchadas para viejas. Podía sentir las paradojas encantadoras del viejo mundo sobre su piel (nadie te mira cuando lloras, cada uno a su bola), ilusionarte con ellas, pero sí tuviste a 3 rodeándote. ¿Te pasa algo? (sí, huevona). Entonces llamaremos al jefe de la estación (¿y qué tiene que hacer un jefe de estación ante el exceso de pena, pedirle el abono de metro y pasárselo por el culo para autenticarlo?). Fuck off. Gritó su libertad, se fue corriendo, volvió a caer, en el suelo se mordió las muñecas de las dos manos, con una fuerza inusitada que dejó unas marcas únicas, como de sangre. Una en cada lado. Su dentadura en miniatura, marcada en rojo.

Signos, evidentes, de su parte insegura.

Llegó el momento de la rebeldía. La niña crece, y ya prepara su muerte con empeño y emoción. No sé si la extrañaré. Nunca fue nada mío. A pesar de mi admiración nunca pude quererla.

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